El peligro de la historia única
de Chimamanda Ngozi Adichie en Gandhi
Análisis realizado por la periodista María Fernanda Zavala Reynoso; Universidad Panamericana
A todos nos gusta creer que poseemos las
más claras respuestas de la existencia. Que conocemos lo suficiente y esencial,
y que no debemos tener presente la preocupación de ir más allá y salir de
nuestra zona de confort para ampliar nuestros panoramas al igual que nuestra
visión del mundo. Sin embargo, este pensamiento es el que ha permitido que
tengamos una visión muy limitada, aunque veamos hacia el exterior, ya que
tenemos puestos los “anteojos” incorrectos. Por ejemplo, la admiración o
prejuicio hacia cosas que no entendemos. Esto último porque nos las presentan
como la mejor verdad, la única verdad. Generamos conclusiones muy rápidas con
poco conocimiento, y con el fin de encajar en la sociedad, somos capaces
incluso, de pisar nuestra misma historia y admirar otras.
El malinchismo sigue siendo un problema en México, y ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser, el estilo de vida americano. Incluso, la cultura pobre la cual poseen, ya que hoy en día los Estados Unidos no son nada más que un conjunto de diversas culturas extranjeras que conviven entre sí, compartiendo tradiciones y costumbres que poco a poco se van abandonando (por el hecho de que ahí no predomina ninguna tendencia ni se le da prioridad a una mucho menos). Muchas personas y sociedades son capaces de producir, y de consumir lo que producen por igual. Pueden hacer de ellos lo mejor sin tratar de ser como los demás. Pueden prosperar a pesar del tan fallido sistema, esa no es excusa.
En mi caso personal, nunca he visto gente
realizada echarle la culpa al sistema de sus fracasos. Es muy difícil que las
cosas cambien en para un país por completo, no podemos comernos al mundo de un
bocado, pero las cosas pueden cambiar para una sola persona que decide pararse
y hacer lo mejor para ella y las personas que la rodean. Aunque vivamos una
misma situación todas las personas en un lugar, nuestra historia puede ser
diferente según nuestras experiencias a lo largo de nuestras vidas (comenzando
con la niñez), nuestra madurez, percepción y perspectiva de esa situación.
Todas estas situaciones y cosas nos hacen ser quienes somos. El pasado no puede
lastimarnos a menos que se lo permitamos.
Como individuo puedes usarlas para hacerte
más fuerte, o puedes hundirte más e ir hacia abajo en vez de prosperar. Por
medio de cosas malas podemos sacar cosas buenas. Por eso vale la pena saber
tanto las cosas buenas y malas de una persona, situación, país, etc.: porque no
nos quedamos en un extremo. Volviendo al punto del principio, solemos crear rápidas
y fáciles conclusiones al leer o conocer algo por una simple fuente. Y el
problema no es solo no buscar más fuentes confiables, si no leer y conocer sin
criterio, ya que lo definimos como una verdad absoluta, una única verdad, por
medio de la ignorancia. No investigamos, no leemos, y ahí radica el peligro. No
solo de la ignorancia nace esta aproximación, sino también del poder.
Las personas con “poder” por lo general
son peligrosas, ya que imponen su verdad como la absoluta (su forma de pensar).
Al tener peso su voz, las personas prefieren ahorrarse el trabajo de informarse
y pensar con adoptar otros puntos de vista impuestos o preestablecidos. Muchas
veces el poder corrompe a los mejores y atrae a los peores, haciendo del
“juzgar” la salida más fácil, y “destruir” como consecuencia final. Destruir la
dignidad, el entendimiento de equidad e igualdad, la tolerancia y la capacidad
de saber identificarnos incluso con los que parecen completamente diferentes a
nosotros. Al final no lo somos, somos personas. Nosotros también tenemos
historias que contar, con cosas que nos hacen sentir identificados, es nuestro
derecho.
Nunca hay que sentirnos superiores a las
demás personas ni imponer nuestra realidad, porque las personas más pequeñas
son las que pueden hacer grandes cosas y las que nos pueden atribuir más en el
sentido humano. Más que abrirnos los ojos, nos hacen cambiar de “anteojos”.
Usualmente las personas al tratar de sentirse especiales, terminan deshumanizándose
a ellas mismas y a los demás. Nadie es especial, pero tampoco nadie es igual.
Hay personas que pueden sentirse identificados con nosotros mismos y nuestra
historia, nuestra forma de ver el mundo. Ser compatibles, y comprendernos sin
tratar de cambiarnos porque así es como se supone que debemos ser.
Por algo la perfección no es algo que debe estar al alcance del ser humano, porque la imperfección es arte. Y el arte es lo que une lo que aparentemente, es incompatible. Nosotros no somos solamente nuestra religión, nuestra raza, orientación sexual, gustos y preferencias, etc. Hoy en día la gente cree que, por nuestra raza o lugar de origen, por ejemplo, debemos de pertenecer y estar metidos a una caja de ideas, estilos de vida, formas de pensar, etc., que se le atribuye estrictamente a ese “lugar” de dónde venimos. Al igual que el bien no se le debe atribuir a la religión, por ejemplo, el mal no se le debe atribuir a lo que es diferente a nosotros. Porque incluso la oscuridad permite apreciar con mayor admiración la luz, y viceversa.
Muchos podrían decir que la verdad no existe,
solo existe la percepción que tenemos de ella, ya que esta en nuestro deber, admirar
y tratar de entender todas y cada una de ellas que se encuentran en todas y
cada una de las personas que existen en el mundo. Tenemos muchos estereotipos y
creamos la historia de los demás en nuestra cabeza como si esa fuera la
historia absoluta y final. ¿Qué hubiera pasado si hubiéramos nacido en una
familia de otra religión? Creeríamos que esa es la única historia que vale la
pena ser compartida. Al final el problema de los estereotipos no es que sean
falsos, sino incompletos. Sin embargo, todas las personas que nacen en el seno
de una familia y sociedad que promueve el humanismo, la tolerancia, la
curiosidad por lo diferente y el respeto hacia la dignidad de los demás, tienen
el derecho de compartir sus historias y permitir que las historias de otros
sean escuchadas.
Así debería de ser en todos los casos, y eso
es lo único de lo que podemos estar seguros. Tal y como dijo Michel Odent, “Para cambiar el mundo es preciso cambiar la forma de nacer”.
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